El Campo y su Conexión con la Vida

22 Jul Agricultura

El Campo y su Conexión con la Vida

por: Dr. Colin Standish

ATRAVÉS de los siglos las ocupaciones agrícolas dominaron las actividades profesionales y recreativas de la humanidad. La supervivencia estaba basada en ella, y la dependencia del hombre y a menudo su lucha con la naturaleza, constituía el punto básico de la vida. Las ciudades solían ser pequeñas y muy dispersas de tal manera que la mayoría de los habitantes del mundo vivían en localidades rurales y semi rurales. La naturaleza, en su mayor parte, no era perturbada seriamente y el equilibrio ecológico era mantenido de manera natural. 

Difícilmente se pudo haber esperado que los primeros genios de la revolución industrial previeran el efecto gigantesco de sus toscos inventos mecánicos. Seguramente, ninguno habría podido predecir  el impacto psicológico y sociológico de estos emocionantes descubrimientos, ni el efecto sobre las luchas de la vida, el desarrollo físico y la salud. 

Ya hacia los comienzos del siglo XX, estos cambios habían empezado a tener un impacto señalado en la distribución de la humanidad. Enormes ciudades industriales atraían, como un imán, al creciente número de campesinos quienes eran obligados por la economía y la avanzada tecnología, a abandonar las tierras que habían sido su legado por innumerables generaciones. Muy a menudo el complejo impacto psicológico y sociológico de semejantes cambios apresurados no era percibido o adecuadamente manejado por las agencias gubernamentales o sociales.

 

De hecho, muy pocas de estas agencias existían y cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, las agencias sociales se multiplicaron, era ya demasiado tarde para enfrentar un problema que ahora estaba totalmente confundido con otros asuntos urbanos. 

No hay manera de evaluar adecuadamente el impacto de la industrialización sobre la experiencia humana, pero experimentos recientes de gran éxito con la agricultura, usándola como una terapia para los que están física y mentalmente incapacitados, son indicios de la posible contribución de ésta en el crecimiento y desarrollo armonioso del ser humano. 

Aunque uno pueda poner en duda la aseveración de Thomas Jefferson de que la agricultura es la ocupación más democrática, aún es cada vez más difícil ignorar la creciente evidencia de que las actividades de la tierra son básicas para la experiencia humana.

Dios ha provisto una filosofía sistemática de la agricultura en la educación. Es sorprendente que una actividad tan integrada a la historia humana haya sido ignorada en gran parte, o quizás menospreciada, aun dentro de la iglesia de Dios. Elena de White ha dado algunas de las razones de mayor peso en cuanto a la agricultura como parte del currículo, o programa educativo. 

“El estudio de la agricultura debería ser el A, B, C de la educación dada en nuestras escuelas”.  Testimonies, tomo 6, pág. 179.

Ella amplió esta declaración indicando el valor de la actividad agrícola en cada área importante de la vida. Aseveró que ésta desarrolla la sabiduría práctica, la habilidad para planear y ejecutar; fortalece el coraje, la perseverancia y el carácter, al mismo tiempo que demanda el ejercicio de la habilidad y el tacto. Adicionalmente, ella ve el papel que juega la agricultura en contribuir a la pureza, el contentamiento y a una relación con Dios. 

Elena de White está lejos de ser una voz aislada en encomiar el valor de la agricultura como una educación provechosa para la raza humana. Hill y Struermann en “Raíces en la Tierra”, presentan como su mayor preocupación el hecho de que la compleja superestructura de una civilización tecnológica descansa sobre el grupo de obreros que manejan la tierra y los recursos naturales. Ellos dicen: “La disciplina, la paciencia, la obediencia, la responsabilidad y la dependencia propia están entre los rasgos de carácter moralmente apreciables que engendra el trabajo agrícola en el granjero”.  Johnson D. Hill & Walter E. Struermann, Roots in the Soil (Raíces en el suelo) , Philosophical Library, New York, 1964,21.

Aún más recientemente, Anne Moffat aconseja cuatro resultados positivos del trabajo en el jardín y la huerta:

Fomenta la confianza, el propósito y un sentido de realización.

Fomenta el respeto por las cosas vivientes.

Ofrece ejercicio y recompensas tangibles por los esfuerzos.

Ofrece oportunidad para planificar; administrar el tiempo, y desarrollar responsabilidad.

Science Digest, Febrero 1980, págs. 62-65.

 

De este modo, es que recientemente el abandono del campo ha sido considerado como un factor principal en las grandes fracturas vistas en la sociedad contemporánea. A excepción de los Amish y sus semejantes, poderosos terratenientes dominan las extensiones de terrenos arables de los Estados Unidos que antes eran numerosas fincas pequeñas atendidas por círculos familiares. Millones de personas han sido privadas de esta manera de los efectos benéficos y el valor terapéutico del trabajo en la huerta.

 

En 1907, en el  decimoquinto aniversario de la fundación del primer colegio agrícola patrocinado por el estado, el presidente Theodore Roosevelt dirigiéndose a los estudiantes y a la facultad de la Universidad del estado de Michigan, dijo: “Hasta este momento, nuestro sistema escolar ha estado totalmente desprovisto de entrenamiento industrial, entrenamiento que capacita al hombre para el taller .... Los colegios agrícolas e institutos agrarios han hecho mucho a favor de la instrucción e inspiración; han representado la nobleza de la labor y la necesidad de entrenar la mente y los músculos para la industria”. Theodore Roosevelt, “El Hombre Que Trabaja Con Sus Manos”, en Agricultural Thought in the Twentieth Century, editado por George Mcgovern, The Bobbs-merrill Co. , Inc. 1976, págs. 27, 32. 

 

La expresión categórica de Roosevelt: “La mejor cosecha es la cosecha de niños, los mejores productos de la granja son los hombres y las mujeres criados en ella” (Ibid. , Pág. 32), se ha convertido en la voz de alerta para algunos defensores del papel crítico de la agricultura en la educación. 

 

Por ejemplo, Hill and Struermann afirman: “El producto principal de las fincas y de la agricultura son las personas”. J. D. Hill & Struermann, op. cit., Pág. 22. 

 

Con tal amplitud de beneficios, derivados de las actividades agrícolas, se puede establecer un caso persuasivo a favor de la introducción de la agricultura en el currículo educativo de cada escuela a todos los niveles de educación, comenzando desde el kinder hasta la universidad.  

 

Tomado de Nuestro Firme Fundamento Tomo 5, No. 6. Págs. 4-7 En Castellano. 

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